domingo, 22 de abril de 2018


La silla



¡Paren! ¡Déjenme respirar! Gritaba el condenado atado a la silla con un electrodo en la cabeza y otro en la pierna. Aún creía, incluso atravesándole 2000 voltios, que podía librarse de aquel castigo.
Durante 11 años afianzó su inocencia repitiéndose como un eco continuo, la sentencia de morir electrocutado y esperando que una llamada de Dios se apiadase de su alma.

Y justo en ese momento, en que la corriente golpeaba su interior como látigos de fuego, soportando 17 eternos segundos de sobresaltos, gritos y espasmos, se liberó de su condena. Se rindió. El olor a su propia carne quemada y el humo emanando de su cabeza fue lo que hizo evadirse.

Un segundo más tarde, lo dejaron caer al suelo. Le arrancaron los cinturones incrustados en su piel aún latente. El voltaje inicial había fallado.  Se suspendía la ejecución. El reo seguía con vida. Dios, definitivamente, lo había abandonado.








Eureka

El pequeño Arquímedes siempre fue un soñador. Cada día, se levantaba con algún invento nuevo con el que fantasear. Recogía pequeñas piezas: cuerdas, alambres, herramientas de labor y soledad. Se podía pasar días enteros mirando un objeto, queriéndole encontrar el misterio que encerraba. Los sumergía en agua, los dejaba reposar al sol, los cubría de arena, los acariciaba buscando aristas nuevas, intuía las distancias de sus vértices… Para los demás, eran juegos de un crío con imaginación, para él, eran pequeños triunfos que festejaba dando brincos y gritando “Eureka”
A sus hermanos mayores, dedicados a las labores del mar, les parecía pintoresco que el niño se dedicara a soñar. Les hacía los días divertidos adivinando la utilidad de los proyectos que creaba. -Sí, sí Arqui, el invento de hoy es muy bueno-. Les seguían el juego, cogían el aparato de turno, lo contemplaban muy serios y sin saber ni siquiera para qué servía, les daba un golpecito en el hombro y un -genial, sigue así-.
Arquímedes, con el beneplácito de sus hermanos, se volvía feliz hacia su pansiedad, y continuaba absorto en su rutina de inventar.




Conquista


Liberado de aquella inquietud, salió a la calle sin complejos a emprender una nueva vida. Muchas sesiones de psicólogos, especialistas, consejeros y guías habían pasado por él en los últimos meses. Planificaban su existencia como niños moldeando plastilina, recopilaban aficiones para su nuevo estatus, redactaban listas interminables de consejos para que los llevase a cabo tras aquel fatídico día en el que todo su mundo se oscureció.
Cansado de tanta programación, decidió desaparecer. Y como quien descubre el mapa de un tesoro, como el que decide lanzar al mar un mensaje en una botella esperando ser leído en la otra orilla, como el que grita al final de una escalada, se liberó.  Le plantó cara a su reciente ceguera y empezó a conquistar sus días a través del resto de sus sentidos.


Singapur

Lo reconozco, entrar en la academia de hipnotismo ha sido un acierto. He conseguido que mis vecinos, a la voz de Singapur, se conviertan en apacibles mariposas. Ya no molestan. (30)


En picado

Siento la gravedad en mi cuerpo. Los sentidos me estallan. Abrazo la libertad al caer en picado. La velocidad y la suavidad se conjugan mientras acaricio la anilla del paracaídas. (30)


Baño
Sus rizos estaban llenos de espuma y escamas. Un pez volador resbalaba por su espalda, un calamar adosado a su pierna…Tomó aire y volvió a sumergirse en las profundidades del mar. (31)






Estallido de sabor


Verena sale de su hotel con la cámara al hombro y un plano en la mano. Pasea por la calle de El Realejo abajo. Su ruta es llegar a María Auxiliadora. Cruza San Lorenzo y fotografía el rosetón de la iglesia. Va recogiendo instantáneas a cada rincón asombroso que le sale al encuentro. Pocos pasos le quedan para llegar al punto señalado en el mapa. Y allí está, frente a esa fachada de buganvillas granates y esas rejas que la invitan a asomarse.  Entra tímida y absorbe la fragancia a bodega que desprende. Queda fascinada ante el patio enraizado de columnas y flores. Su mirada es ahora la que retrata cada rincón. Retiene en su retina cada detalle que le ofrece aquel lugar antiguo.  Se rodea adivinando la historia que la taberna encierra en sus barriles.
Con su acento alemán pide una copa de oloroso. Entre sus manos contempla al trasluz el ámbar cuidado de unos jugos sabrosos. A cada inclinación que hace del catavino, queda llorando el líquido dorado, resbalando por el fino vidrio. Perfuma sus sentidos con la esencia del caldo. Y suavemente lleva a sus labios el néctar antiguo de la uva, ambrosía de un silencio derramado en su boca, exquisita gravedad en un sorbo de elegidas gotas. Ese justo momento solo podrá guardarlo en sus sentidos, no hay fotografía que encierre aquella única y nueva sacudida de estallido de sabor.


Navaja en prosa

Dos edificios enfrentados. En los dos hay diez pisos, y en los dos hay un piso derecha, y otro izquierda. Son iguales, por lo tanto. Un día al año, los vecinos de un edificio viven en el piso equivalente del edificio de enfrente. Se cambian. El vecino del quinto derecha vive en el quinto derecha que todos los días ve desde su ventana. Un día al año las vidas pasan a las otras vidas. Pueden vivir como quieran, y lo que quieran. Al finalizar el día, todos se preguntan: cuánto nos hemos cortado. Cuántos cortes nuevos tenemos, o teníamos. Qué cabida exacta volvemos a tener.


    CAÑIZARES MATA, J.: Navajazo, Sístola Poesía, Sevilla, 2017, p.32



Requiem aeternam

“Los muertos nunca están muertos del todo, ni los vivos, vivos del todo.”
Agustín Fdez. Mallo

Dos lápidas enfrentadas. En las dos hay dos muertes separadas, dos muertes desconocidas entre ellas. Una hilera de flores mustias, gastadas por el sol angustioso del verano o por las inmensas lluvias del invierno, las une. Desde hace un año, todos los viernes aquellas dos almas encontradas cruzan el muro y se intercambian el nicho, se hospedan en la muerte del contrario. Juegan a burlar las visitas de los fines de semana. Hacen un guiño a la monotonía oscura en la que habitan. Y al finalizar el día, agotadas por llevar el óbito de otro vuelven cruzando los pétalos ahora frescos.



Triunfo o capitulación


Nunca podré abrir esta caja, se dice para sus adentros mientras repite la combinación sutilmente, acariciando una y otra vez aquella rueda: 7-J-derecha, 3-W-izquierda, 2-L-izquerda, 5-S-derecha.
 El resorte no se activa. El tiempo se acaba. El pulso empieza a flaquear. Las palpitaciones se hacen sonoras. La respiración es demasiado agitada para seguir intentándolo. La presión es extrema. Fuera el dispositivo está preparado para la huida y ella está aún con el trabajo por hacer, sólo le queda 2 minutos y 47 segundos para abortar la misión. Estos pensamientos de derrota se le vienen a la cabeza mientras sus manos maniobran las claves de aquella caja fuerte.
Dispone de 49 segundos para el triunfo o la capitulación.
Un clic desde el fondo de aquel cubo metálico, de repente, se oye como un eco secuestrado deseoso de encontrar un oído.
La caja está abierta. El jade oculto en su interior reluce ahora en sus pupilas.